Por: Catalina Jeremic, 5° B
Se levantó de un salto, con la frente sudorosa y la boca seca, otra vez, siempre soñaba con lo mismo, una mariposa que la perseguía y un sentimiento de angustia que la inundaba mientras buscaba algo pero no estaba muy segura de que era. Cuando sentía que estaba cerca de lo que buscaba las cosas empezaban a tomar color, matiz por matiz, como si de pronto cobraran vida y cuando estaba a punto de alcanzarlo, se despertaba de golpe.
Todavía estaba oscuro afuera, todavía no tenía que levantarse. Seguía con una sensación extraña desde el sueño y de pronto las palabras de Rosa le vinieron a la mente.
Rosa era una mujer mayor que trabajaba con ella en la galería y le había dicho que soñar con mariposas era de mala fortuna, que no traían nada bueno. Pero ella quería pensar que había algo más intrigante en estos sueños, algo quizás hasta sobrenatural. Simplemente no quiso creer en las supersticiones.
Cuando salió de la ducha se quedó absorta en su gris reflejo analizando los diferentes tonos grisáceos de su rostro y los de su alrededor. Siempre se había preguntado cómo serían los colores, mientras caminaba por las grises calles de camino a su trabajo divagaba en sus pensamientos jugando a ponerle color a cosas como a carteles, personas o edificios. Ella dibujaba las formas en su mente con la esperanza de algún día poder pintarlos. Se imaginaba los rojos pasión, los azules eléctricos, los verdes hoja pero eran puras descripciones, datos que había leído en libros o aprendido en clase.
Ella trabajaba en una galería de arte, lo cual era irónico ya que al igual que ella casi nadie ahí podía ver colores a excepción de Rosa, la señora que limpiaba la galería, la cual tenía alrededor de 60 años y era de un pueblo alejado en la sierra. Rosa siempre contaba la historia de cómo había conocido a su esposo por primera vez. Se habían conocido por casualidad cuando eran chiquillos y Rosa decía que era como un regalo de dios el no tener una larga espera para encontrar a la persona indicada. En cambio ella, se ponía a pensar que ya tenía 25 años y no podía estar más lejos de lo que buscaba.
Por las tardes sus pensamientos la invadían mientras se sentaba en la azotea del edificio donde se encontraba la galería, contemplaba el atardecer pero no podía disfrutar más, ya que solo imaginaba los colores por las descripciones de los libros, para ella todo era gris. En esos momentos solía ver a lo lejos el romper de olas y soñaba con viajar por el mundo o en todas sus futuras obras de arte. Pero ese día no lo hizo, esa tarde fue diferente.
De pronto la puerta de la azotea se abrió revelando a un joven alto con el pelo despeinado y la mirada perdida que se sorprendió al verla pero no dijo nada, solo se sentó a unos metros de distancia para ver también el mar.
No supo si era ella que no hablaba con nadie aparte de Rosa y las demás viejitas de la galería o que él se veía igual de necesitado que ella por hablar, pero de pronto se armó de valor decidió hablarle. Pasaban las horas e increíblemente seguían hablando hasta que en un momento ambos se dieron cuenta que ya había oscurecido y además, corría un viento helado. Un sentimiento extraño de bienestar la invadió, al comienzo no se dio cuenta, pero unas pequeñas partículas de color comenzaron a pintar el paisaje frente a sus ojos.
Miró por todos lados y rojos, amarillos y violetas invadían las cosas. Lo que antes solo había sido una idea sobre la superficie gris de las cosas era ahora un constante paleta de vibrante color.
Esos fueron los mejores meses de su vida, viajaron por el mundo juntos, visitando museos y galerías en cada ciudad. Ella se volvió artista plasmando hasta el último matiz en su lienzo.
Pero un día en uno de sus viajes caminando por unas extrañas calles extranjeras vio una mariposa idéntica a la de sus sueños. Al instante escuchó un estridente chirrido de frenos, un golpe seco y un grito. Lo siguiente que vio fue el mundo regresando a su antiguo color gris.